Hace poco he terminado la lectura de “Pedagogía del oprimido”, el libro de Paulo Freire. Si bien su lectura me ha resultado muy amena tengo que decir que he aprendido mucho menos de lo que esperaba. Sé que pensar en estos términos es una necedad muy grande porque ha sido y sigue siendo un libro muy influyente y relevante, pero lo cierto es que me ha servido más para confirmar lo que ya pensaba que para aprender algo nuevo. Sabiendo que voy a mostrarme como un necio todavía peor me atrevería a decir que buena parte de lo que se dice en el libro ya lo había concluido por mi cuenta.
Por ejemplo, sin haber sabido ni que existía Freire, desde hace mucho suelo mencionar que a las personas, en último término, se las puede clasificar por “jodedores y jodidos”. Una variante algo más grosera y menos precisa que lo que Freire quiere designar con “opresores y oprimidos” pero que, al fin y al cabo, viene a representar algo similar. Respecto a la concepción “bancaria” de la educación me encuentro en una situación similar ya que mis críticas a la situación de la educación se habían centrado en argumentos que provenían de un eje similar. De idéntica manera podría seguir prosiguiendo con el resto del libro y acabar por decir que, en su mayor parte, no me sirve más que para confirmar lo que ya sabía. Afortunadamente me han quedado algunas dudas que me obligan a recordar que soy un ignorante y que el mérito de Freire es bastante mayor que el de anticiparse a lo que un servidor haya podido pensar.
Uno de los primeros detalles que llama la atención de la forma de escribir de Freire es que apenas hace alusiones a otros autores. Parece que haber visto y sufrido muchas miserias le resulte suficiente como para “decir las verdades que hay que decir”. Lo curioso es que, en cuanto a la necesidad de acudir y aludir a otros autores, prefiere bastarse a sí mismo. En cambio, cuando decide usar las ideas de otro pensador, fácilmente las termina empleando de forma literal. En este caso se encuentra las continuas alusiones al pensamiento de Erich Fromm que Freire prologa en su pensamiento o directamente utiliza “en bruto” para completar las explicaciones que necesita para cerrar su sistema.
Otro detalle que me ha llamado la atención de la “narrativa” de Freire es el uso de términos que están un tanto complejizados (por utilizar una expresión pareja a las que él emplea). Es cierto que como pensador se buscan las ideas últimas y los conceptos que estructuran la realidad, pero también es verdad que quizás resulta un tanto forzado el uso de términos como “dialogicidad”, “problematización”, etc…. Más todavía si se tiene en cuenta que cuando no habla en este peculiar lenguaje abstracto termina por referirse a lo más concreto y cotidiano. Por este camino parece que se le ofrece al lector la impresión de que el proceso de abstracción se hace de una forma forzada.
Aunque las ideas que guían el libro son pocas y precisas, el autor, posiblemente también por su empeño de explicarse con claridad, acaba detallando todos los recovecos uno a uno. De forma que si hay que hacer algo explica cada paso como si no tuviésemos ni remota idea de lo que nos está hablando. En este sentido recuerda bastante a los manuales de instrucciones de los electrodomésticos que, dando por supuesto que no tenemos por qué saber nada por nuestra cuenta, nos explican detallada y pormenorizadamente todo cuanto debemos de hacer para conseguir todas las acciones pronosticadas con éxito. Es claro pues que en el fondo de los desarrollos del libro en realidad laten unas pocas “ideas clave” que son las que verdaderamente alimentan el pensamiento que subyace.
Entre los pensadores que han estudiado las injusticias sociales suele ser habitual el rechazo de todo tipo de violencia. Parece que, de alguna manera, el haber sido víctimas de la violencia les posiciona en una situación de repulsa absoluta hacia ella (por ejemplo, el caso de René Girard). Sin embargo Freire no es de esta opinión. A su juicio las situaciones de injusticia social sólo son en última instancia reversibles mediante la fuerza. Una fuerza que sólo supone una respuesta a la violencia original generada por los opresores. Es entonces cuando Freire termina excusando el uso de la violencia por parte de los oprimidos alegando que no son los iniciadores (“¿Cómo podrían los oprimidos iniciar la violencia si ellos son el resultado de la violencia?”) o considerando como “verdadera violencia” a la que es ejercida por los opresores, ya que ésta tiene como característica el impedir el desarrollo personal. Teniendo en cuenta que una de las características de la violencia es la de generar más violencia podría decirse que Freire decide saltarse esta consideración haciendo que el fin justifique los medios. Quizás podría verse aquí una idea preconcebida que simplemente se racionaliza para encontrar una justificación.
Artículo vinculado: La concientización de Paulo Freire en la psicología social.
Por ejemplo, sin haber sabido ni que existía Freire, desde hace mucho suelo mencionar que a las personas, en último término, se las puede clasificar por “jodedores y jodidos”. Una variante algo más grosera y menos precisa que lo que Freire quiere designar con “opresores y oprimidos” pero que, al fin y al cabo, viene a representar algo similar. Respecto a la concepción “bancaria” de la educación me encuentro en una situación similar ya que mis críticas a la situación de la educación se habían centrado en argumentos que provenían de un eje similar. De idéntica manera podría seguir prosiguiendo con el resto del libro y acabar por decir que, en su mayor parte, no me sirve más que para confirmar lo que ya sabía. Afortunadamente me han quedado algunas dudas que me obligan a recordar que soy un ignorante y que el mérito de Freire es bastante mayor que el de anticiparse a lo que un servidor haya podido pensar.
Uno de los primeros detalles que llama la atención de la forma de escribir de Freire es que apenas hace alusiones a otros autores. Parece que haber visto y sufrido muchas miserias le resulte suficiente como para “decir las verdades que hay que decir”. Lo curioso es que, en cuanto a la necesidad de acudir y aludir a otros autores, prefiere bastarse a sí mismo. En cambio, cuando decide usar las ideas de otro pensador, fácilmente las termina empleando de forma literal. En este caso se encuentra las continuas alusiones al pensamiento de Erich Fromm que Freire prologa en su pensamiento o directamente utiliza “en bruto” para completar las explicaciones que necesita para cerrar su sistema.
Otro detalle que me ha llamado la atención de la “narrativa” de Freire es el uso de términos que están un tanto complejizados (por utilizar una expresión pareja a las que él emplea). Es cierto que como pensador se buscan las ideas últimas y los conceptos que estructuran la realidad, pero también es verdad que quizás resulta un tanto forzado el uso de términos como “dialogicidad”, “problematización”, etc…. Más todavía si se tiene en cuenta que cuando no habla en este peculiar lenguaje abstracto termina por referirse a lo más concreto y cotidiano. Por este camino parece que se le ofrece al lector la impresión de que el proceso de abstracción se hace de una forma forzada.
Aunque las ideas que guían el libro son pocas y precisas, el autor, posiblemente también por su empeño de explicarse con claridad, acaba detallando todos los recovecos uno a uno. De forma que si hay que hacer algo explica cada paso como si no tuviésemos ni remota idea de lo que nos está hablando. En este sentido recuerda bastante a los manuales de instrucciones de los electrodomésticos que, dando por supuesto que no tenemos por qué saber nada por nuestra cuenta, nos explican detallada y pormenorizadamente todo cuanto debemos de hacer para conseguir todas las acciones pronosticadas con éxito. Es claro pues que en el fondo de los desarrollos del libro en realidad laten unas pocas “ideas clave” que son las que verdaderamente alimentan el pensamiento que subyace.
Entre los pensadores que han estudiado las injusticias sociales suele ser habitual el rechazo de todo tipo de violencia. Parece que, de alguna manera, el haber sido víctimas de la violencia les posiciona en una situación de repulsa absoluta hacia ella (por ejemplo, el caso de René Girard). Sin embargo Freire no es de esta opinión. A su juicio las situaciones de injusticia social sólo son en última instancia reversibles mediante la fuerza. Una fuerza que sólo supone una respuesta a la violencia original generada por los opresores. Es entonces cuando Freire termina excusando el uso de la violencia por parte de los oprimidos alegando que no son los iniciadores (“¿Cómo podrían los oprimidos iniciar la violencia si ellos son el resultado de la violencia?”) o considerando como “verdadera violencia” a la que es ejercida por los opresores, ya que ésta tiene como característica el impedir el desarrollo personal. Teniendo en cuenta que una de las características de la violencia es la de generar más violencia podría decirse que Freire decide saltarse esta consideración haciendo que el fin justifique los medios. Quizás podría verse aquí una idea preconcebida que simplemente se racionaliza para encontrar una justificación.
Artículo vinculado: La concientización de Paulo Freire en la psicología social.